Un hombre está sentado en la mesa redonda de un pequeño apartamento de una
sola habitación, las cortinas están cerradas y solo una luz tenue ilumina el
ambiente lúgubre de esa noche. Una botella de bourbon barato, una foto de su
pequeña hija de tan solo 2 años y un revolver calibre .357 y más fotos; todo
reposaba en la mesa excepto la foto de la pequeña niña, que él sostiene absorto
mientras llora desconsolado, repitiendo: “Perdóname… perdóname…”
Una carta sin terminar y una pluma sobre el papel yacen a un costado de la
mesa, el toma el revolver por momentos y hace breves ensayos apuntándolo hacia
el cielo de su boca, lo saca de nuevo y se golpea la frente con él, mientras el
llanto se hace más intenso.
Entonces, toma del pico de la botella un trago largo y continúa escribiendo
la carta de despedida; alrededor más fotos: una de su pequeña en sus brazos,
fotos de una familia feliz alrededor del mundo, en diferentes lugares; se veían
felices, se veían amados. Él toma el revolver nuevamente y saca las municiones;
toma uno de los proyectiles y lo observa identificando a su verdugo, lee en él:
WINCHESTER, y logra visualizar por un momento la imagen dantesca que dejará el
verdugo al paso devastador por su cabeza.
Mira a su alrededor, preocupado por el desorden que dejará y que otro
tendrá que limpiar; toma otro trago del pico de la botella, este mucho más
largo que el anterior. Sus lágrimas no dejan de brotar descontroladas; coloca
el proyectil en el revólver, firma la carta, toma lo que queda en la botella en
un solo golpe, coloca el revolver en su boca y cierra sus ojos abarrotados de
lágrimas. Ahora pone el dedo en el gatillo, y el silencio es interrumpido
abruptamente por el repicar de un teléfono móvil, sorprendido saca el revolver
de su boca, busca el teléfono y observa en la pantalla: “ID NO DISPONIBLE”. Confundido
no atiende, y el teléfono vuelve a repicar.
Por fin contesta con un “Hola” amargo y hundido, del otro lado se escucha
una voz femenina: “Hola, ¿me escuchas? Papá soy yo, tu hija.” Atónito, aleja el
teléfono de su oído, lo observa y dice: “Es imposible, mi hija tiene dos años.” (...)
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