Sentado frente al ordenador obligando a mi rebelde cerebro a crear
algo, sometido por la lógica social esclavista, aunque trabaje para mí, mi
consciente militarizado da órdenes ofensivas a mi creatividad y a mi subconsciente,
adjetivos como vago, flojo, deberías escribir al menos una jornada de ocho
horas, como cualquier trabajo, así mi subconsciente registra esta autoflagelación
y la creatividad obstinada de tanta chillería se retira a sus aposentos a jugar
un rato más. Así me quedo solo frente al ordenador, junto al orgulloso sargento
de caballería, preguntándole: ¿y ahora que sargento? ¿Sentaditos ocho horas aquí?
Creatividad no cree en el tiempo, no cree en la lógica ni en lo obvio, ella
se inspira en lo etéreo, en lo que no se deja ver, en la timidez
inherente a lo maravilloso, eso que hay que desarmar y desmenuzar para
encontrar el núcleo. Tome un libro y empecé a ojearlo, el sargento no se
molesta por esto, él sabe que todo aquel que se llame así mismo escritor debe
leer, leer mucho, así que logre desviar su atención un rato. En esos días
estaba de visita en casa Itzu, un Lobo Siberiano, su mejor amigo se había ido
de viaje y me encomendó la tarea de cuidarlo, actividad que realizo
conjuntamente a la de escritor y es más lucrativa, me llamaba la atención que
Itzu nunca ladraba, solo levantaba sus orejas con atención o cuando paseábamos
y captaba a un perro en la distancia se agazapaba en pose depredadora,
absolutamente fascinante. El libro que ojeaba era "El Filósofo y el
Lobo" de Mark Rowlands, allí el autor a través de su experiencia viviendo
gran parte de su vida con un lobo establece la siguiente comparación: por
una parte la sabiduría lupina, que trasciende en el tiempo y nos lleva al
nacimiento del Imperio Romano cuyos fundadores Rómulo y Remo fueron
abandonados, encontrados y criados por una loba, al igual que la mitología
griega el hijo del Dios Apolo fue abandonado y criado por una loba quien
luego se convertiría en el fundador de Miletos, así el autor la comparaba
con la inteligencia Símica, vinculada a los simios y por lógica a los
seres humanos, únicas especies con la capacidad consciente de engañar. Así que
levante la mirada hacia itzu quien al mismo tiempo levanto su cabeza erguido y
soberbio sin intención de serlo, nos miramos fijamente y creatividad recibió el
estímulo, empezó a cantar una canción cuya letra sonaba en mi cabeza así:
“Había una vez un perrito chiquito con cara de
nieve y ojitos de cielo… de cielo infinito… su cuerpo negrito como el universo
con dos estrellitas que eran sus ojitos azules como el cielo infinito… pero
perrito nunca ladraba… y su amigo le hablaba, le hablaba chiquito, le hablaba
bonito a ver si ladraba pero no ladraba, porque ese perrito no era un perrito,
era un Lobito que aullaba a la luna cuando está crecía y así el Lobito cantaba
a la luna y ella contenta feliz sonreía.”
Y fue así como creatividad se fue de nuevo a sus aposentos silbando su creación después de quince minutos de trabajo, yo escuchaba la canción en mi cabeza sin saber escribir música y el sargento ofuscado también tarareaba la canción entre gruñidos porque quedaban aun siete horas y cuarenticinco minutos de trabajo.
Imagenes: Virginia Caraballo @virginiac21
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